Mis ojos sollozan lo conchiano. Buda apela a su máxima de sugerir y perdonar. Dios bendice a las gaviotas que flotan como lagartos viejos en las entrañas anoréxicas del sol. Solo, anciano, me anclo en el alba férrea de un tiempo inmortal. Soy un pez solitario que abraza las alas de Patricia como quien redime al mar. Diariamente voy escalando hacia una luna de las tres que habitan la tierra. La noche y sus devaneos recomienzan con la lluvia llena de tertulias, pinceladas, focos. Un día como hoy nacía el nazareno. El sol descuelga una pena llena de logaritmos y dificultades que se lloran y mascan y renuevan y el bien y el mal se acarician y bailan y yo maltrecho trato como puedo de empeñar mi corazón. Una chica ha empeñado sus chancletas y trajo buena suerte. La muerte hace el amor conmigo que la amo en frazadas, zorzales y orgasmos. Los días parecidos a la noche atraviesan con frenesí sus longevas y atrevidas y noctámbulas… Los días se poseen y se descargan con un amor tan grato, granate y efímero… Olvidar los burdeles donde fui Touluse Lautrec. La actriz de fuego canturrea sus Alpes que bailan todas las malezas que escabian semáforos presos en desamor. Lo lácteo fisura lo subalterno como la noche brinda al día su conciencia y su elixir. El sol renace satélite inmortal y el mar es gaviota y eclipse y cenit andino. La gente y sus estrellas caninas van de a poco cincelando Australias, lugares donde muero y nazco para recitar la alegoría de mi ignorancia, mi apego, mi amor. Borges escribe El tamaño de mi esperanza, tal vez su mejor libro, y la paulatina noche cae mientras Chiquito vuela zar al más allá. Una y otra vez los relámpagos de fuego crispan y revientan contra las olas del mar. La luna diezma su brisa con informalidad. Poco a poco me jubilo de mi camino zen. Vengo diestro y siniestro y esa boca no es mía. La desesperación alfombra los crepúsculos del mar y siguen atados a la televisión. Llueve en la logia masónica. En el BPS el infierno se arrodilla como circula una noche longeva. Los árboles matizan su cintura astronauta con mi nueva y diáfana blasfemia. Los días anochecen como sectas de petróleo. La NASA inventa al Invencible Séndicos. Ángeles de trapo, murales de esencia. La imperfecta cadencia de lo legendario. La noche y el insomnio traen mal al pecho. Las cunas regresan en su sabiduría. La imperfecta tarde regresa con calma a las rodillas de Dios. El llagado corazón de la vida aparece astronauta y emblemático. Extraño la Argentina. La lluvia muele el frío polar de mi casa loca. Unamuno escribe El sentimiento trágico de la vida. La comedia es un gol del aire. Una mayéutica intuitiva de la parábola exterior. Sufro gracias a Dios. Río también gracias a él. La tarde peca de rufiana noble. El día cuida a la luna mientras Patricia me afeita. La pena que me condena me arrulla y me salva. Baltasar, el cabeza de Tortuga, y la cancha arde. Ya no más ir a gritar a todo viento. Pero quién calma el grito del alma. Yo nací en cuna de oro y fui crucificado.
Sobre el autor:
Ramiro Guzmán, nació en Montevideo, el 25 de setiembre de 1972. De muy niño desarrolló la vocación de artista, estimulado por su madre. A los nueve años fue premiado en un concurso de cuentos escritos por niños, organizado por la Biblioteca Nacional de Uruguay. Ese cuento se titulaba La huida, y hablaba de lápices que huían de su dueño. Luego, con once años, fue premiado nuevamente en ese concurso con su cuento La experiencia de una vela, que el escritor sigue considerando su mejor cuento. En 1988, con dieciséis años, publica su primer libro: La leyenda de los eoeses. De ahí en más su reconocimiento fue creciendo libro a libro, habiendo publicado hasta ahora más de treinta. Más tarde, Ramiro se acercó a la música, apoyado por Jaime Roos, con la que sentía que estaba en deuda. Así editó el disco Ruina Amada, en el que participaron Mario Villagrán, Hugo Fattoruso, Nicolás Molla, Luis Restuccia, Fernando Cabrera, Jorge Nasser y Samantha Navarro. Animado por su amigo español Enrique Rojas, Ramiro empezó a pintar, construyendo su casa museo en la calle Constituyente 1823 de Montevideo.
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