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Foto del escritorPerro Negro de la Calle Selección

Desalojo interplanetario / Ángel Martín


Tenía que llegar hasta el océano. El chico lo sabía, aún no podía explicarlo por su edad, pero intuía claramente que no tenía otra opción. Sin ataduras de tipo alguno que obstaculizaran su camino. Sin adultos mentados mamá o papá a quienes dejarles una nota de despedida. ¿Cuál sería el camino más corto? Se preguntaba sin dejar de moverse en línea recta, su sabiduría de seis años sabía perfectamente que la recta es el camino más corto entre dos puntos. Fuera de sus libros infantiles, el chico jamás había visto el mar. Pero las palabras y las imágenes acudían a él en siestas intermitentes que tomaba solo cuando se hallaba exhausto, rodeado de un paisaje de solitarias llanuras devastadas. En medio de aquella nada, un anciano raquítico de pelambres doradas lo saludó y le preguntó adónde se dirigía. El chico no ocultó su entusiasmo. El anciano se rascó la barbilla, pensativo, y finalmente le explicó que si acaso quería ver el océano debería ascender al cielo primero. Con un dedo delgado como un hilo señalaba el cielo mientras decía estas palabras, tembloroso: el océano está justo sobre tu cabeza. Pero en el límpido cielo azul no había nada más que el sol, brillando radiante. El chico calló. Se limitó a un saludo de despedida moviendo la cabeza y echó a correr por la llanura. Pensó que aquel anciano se había pasado de viejo y que en su cabeza ya estaría todo dado vuelta.

Poco después el chico llegó hasta una pequeña colina. Montado en la cima, escrutó a diestra y siniestra, pero la presencia del océano no se manifestaba en forma alguna. Solo el contoneo gradual de las sombras proyectadas por el lento avance del sol. Más al oeste, la planicie desaparecía en altas montañas sobre la cual el astro comenzaba a ocultarse. El chico recordó entonces que el sol se hunde en el océano. Y de inmediato supo que podía ver qué había del otro lado. El chico se desperezó, chasqueó sus labios y fijó su mirada en aquellos altísimos picos, y comenzó a caminar.

Tras los picos se erigían montañas aún más altas. El chico siguió avanzado sin encontrar rastros de civilización alguna. Sus provisiones se agotaban. No entendía cómo podía ser que el océano estuviese tan lejos. Solamente las siestas y sus visiones oníricas le brindaban el consuelo y la fortaleza para seguir adelante en su búsqueda. En sus sueños fue pez y pescador, isla y bahía, barco y pirata…

Anocheció, y dos lunas brindaron su resplandor a una pequeña silueta agazapada sobre el desierto rojo. El traje espacial aún tenía doscientas horas de batería antes de dejar de funcionar completamente. Tras el vidrio, el rostro del chico parecía alegre en su sueño eterno. Sobre la superficie cristalina se reflejaba el límpido cielo nocturno marciano y una estrella azul verdosa titilante. Solo allí se encontraba el océano, pero jamás lo alcanzaría. Nadie llega tan lejos.



 

Sobre el autor:



Ángel Martín (1987-¿?) , escribe desde Entre Ríos, Argentina. Comenzó su carrera con la compilación de cuentos Realicidios (Tinta China, 2011), continuó con Las neuroruinas (Michaux, 2014), Las cinco máscaras (Michaux, 2018), Ficcidios (Michaux, 2019); todos publicados de manera independiente luego de haber sido rechazados en medios y concursos de la región. El resto de las obras de entonces no se editaron en papel, pero pueden descargarse en memoriadelparaiso.blogspot.com. Además, se desarrolla como docente y produce programas de radio sobre literatura.

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