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  • Foto del escritorPerro Negro de la Calle Selección

Zoocentro / Por Benjamín Román Abram & Carlos Enrique Saldívar


En el año 2040 la tendencia hedonística ya era poderosa; ahora, en el 2140, en un mundo en que las necesidades tradicionales de las clases media y alta están satisfechas, este rumbo se ha desbordado. Surge en sus ciudadanos, de manera casi forzosa, la necesidad de llevar a cabo actividades más radicales para combatir el aburrimiento. Para tales demandas, un buen empresario, favorecido por un estado demasiado laxo con la moral de sus ciudadanos, puede hacer el negocio de su vida; basta realizar un pequeño estudio de mercado y luego ofrecer algo superfluo y absurdo.

El zoocentro es una preciosa sabana artificial (la cual da la impresión de extenderse cientos de kilómetros, mediante mecanismos virtuales), con un clima a la medida, repleta de animales salvajes y domésticos: desde leones, tiburones y cocodrilos, pasando por monos saltadores, sapos tóxicos y anacondas, hasta ronsocos, puercos, caballos, perros, gatos y algunas especies de roedores mascotas. Los insectos y los arácnidos permitidos no están incluidos en el servicio, son alimento real para los seres insectívoros. Toda esta fauna convive en esa casi reserva natural que se adapta a las necesidades de cada especie: los carnívoros no cazan, sino que son alimentados con carne ajena a la presente en la sabana. Los herbívoros tienen vegetales.

El servicio consiste en trasladar temporalmente la consciencia de los visitantes, previo examen médico, a los organismos-envase de la fauna, para que así tengan una excitante experiencia interactuando en un ambiente que no es el suyo. Los usuarios pueden quedarse hasta dos semanas, de otra forma algunos empiezan a olvidarse de su pasado y asumen que son fauna. Las mentes animales a su vez se guardan en los cerebros humanos, bajo medidas de seguridad, adormilados y con alimentación especial, porque si no tuvieran nada en los sesos los clientes caerían en un estado vegetativo irreversible.

Los animales a veces se enfrentan, aunque por regla general ninguno se hiere, sino que hacen alardes o simulan. Todos son monitoreados desde el centro de control y, en caso de que las personas, introducidas en esos cuerpos no humanos, dejen aflorar demasiado salvajismo, las alertan mediante un chip a la conciencia para que reaparezca su humanidad y se moderen.

Las actividades usuales son explorar el ecosistema, comer dormir y aparearse.

También hay voluntarios que se someten al experimento de una conciencia humana más atenuada y tienen diez horas de excitante viaje, más una membresía para usar esos servicios una docena de veces. Firman, por supuesto, un documento que libera a la empresa por cualquier daño que pueda ocurrirles, salvo tratamiento psicológico de avanzada.

Pero nunca falta algo que se salga de control: nadie previó que una inusitada tormenta solar iba a dejar por unos milisegundos fuera de línea a todos los sistemas que controlaban las conexiones eléctricas neuronales.

Un sujeto-leona acaba una elaborada coreografía con un sujeto-cervatillo. Pero algo sucede: lo despedaza y la sangre mancha la sabana, asustando a los empleados más jóvenes. Por fortuna, los especialistas contienen con rapidez la furia de la bestia y la adormecen. El jefe principal del zoocentro se preocupa, el atacante era una personalidad del mundo del espectáculo, pero se tranquiliza, el cervatillo era uno de los voluntarios, además su conciencia permanece, aunque se encuentra flotando por el lugar. Lo esperado es que se introduzca rápidamente en un nuevo receptáculo orgánico de emergencia, mas la tormenta solar ha trastocado los enlaces. El hombre a cargo hace un rastreo sináptico, se pone a reflexionar al respecto y pronto cree hallar la respuesta. Le pregunta a uno de sus empleados:

—¿Usaste el veneno contra las cucarachas ayer?

—Sí, y con toda seguridad no ha quedado ni una.

El jefe le dice a todo su personal:

—Si ven algún bicho rondando por ahí, ¡no lo maten!, podría tratarse del voluntario.

Tras varias horas de búsqueda, encuentran a la cucaracha que da vueltas, se detiene, los mira. La mente que habita en el animal le pertenece a Henry, estudiante universitario de dieciocho años. Los científicos deben apurarse en pasarla al cuerpo humano original, pues los padres del joven acaban de llegar para recogerlo y se encuentran esperando en el recibidor. Tal vez no los puedan demandar, pero la publicidad que recibirían sería pésima.

La asistente del Centro de Control ve al inmundo insecto en el piso y lo aplasta, se oye como un globo reventado. Un robot de limpieza aspira el cadáver.

Al día siguiente, el padre del muchacho llama, indignado, al laboratorio del zoocentro:

—Algo va mal con nuestro hijo, ¡hoy se ha comido todo lo que encontró a su paso, hasta el pegamento de dos latas! No sé qué diablos han hecho con él, bribones, soluciónenlo ahora mismo.

El jefe principal le responde que no se preocupe, que solo es un pequeñísimo detalle, que traigan a Henry. Llama a uno de sus empleados y le consulta:

—¿Qué te dijo el gerente de ciencias?

—Que ya solucionó el asunto y que, si vuelve una tormenta solar, sismo o lo que sea, nada grave pasará.

—¿Queda alguna mente humana disponible de algún voluntario, pero de los que no tienen hogar?

—Sí, la de ese vagabundo y que está en el experimento de hombre-bestia.

—Ese servirá, tráelo ya mismo.

«Tenemos que abrir diez sucursales en los próximos cinco años», se dijo sonriendo.



 

Sobre los autores:



Benjamín Román Abram (Lima, 1970). Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales como El Comercio, Correo (Huancayo), Heterocósmica, Fabulador, Umbral, Buensalvaje, Cosmocápsula, miNatura, Agujero Negro, Plesiosaurio, Zona libre, etc. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. También cultiva la poesía y la ha publicado en diversos medios.


Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babeblicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).

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