Soy de huesos afilados como navajas; no hay nada natural en mi estructura ósea.
Tengo dedos largos y enjutos, como de bruja, rodillas angulosas y pómulos prominentes, iguales al filo de un hacha. Cuando muevo los brazos, de codos estrechos y salientes como una espiocha, mis omoplatos se agitan como un par de raíces cercenadas en busca de sus alas.
Los huesos de mi cadera son tan cóncavos que forman un valle en mi vientre; nadie soporta ser tocado por estas manos angulosas y estas caderas aguzadas. Imaginan que tocan un esqueleto mal hecho disfrazado de fantasma, cubierto por una sábana hecha no de tela, sino de piel humana.
Quiero suponer que Dios no me creó con cuidado ni cariño, sino en un lapsus de rabia y hostilidad.
Un día morí, y desperté paralizada en una camilla de autopsia, desnuda y boca arriba. No había nada natural en mi cuerpo: ni un solo vello, ni una sola estría, cicatriz o lunar, solo grietas viejas bajo un barniz ajado.
Una mujer con mi rostro caminaba alrededor mío: me observaba con ojos severos y curiosos; el bisturí brillaba entre sus dedos de bruja.
Enfundada en una bata blanca, llevaba el cabello, igual al mío, rubio y largo, en una trenza enmarañada tras la espalda.
Me dijo que se llamaba Felicia, ¡aquel era mi nombre!
La impostora me abrió en canal y hacía frío. No sentí dolor hasta que, tomando la punta de una de mis costillas, la rompió con tal facilidad que más que hueso, parecía un trozo viejo de yeso. Hizo lo mismo con cuatro costillas más.
—¿Por qué haces esto? —le pregunté cuando inspeccionó mis cuerdas vocales; la piel y músculos que las cubrían se extendían a los lados de mi cuello sin una sola gota de sangre.
Felicia, la impostora, susurró que yo ya no necesitaba de mis costillas.
—Tus órganos se han transformado en cuarzo, tu piel en cera, y tus huesos ahora son solo yeso.
Cuando volvió a mis cuerdas vocales le reclamé: ¡nunca te dije que podías tomar partes de mi cuerpo, impostora! ¡Arpía mentirosa!
Ella me miró con calma, y yo me reflejé en mis propios ojos verdes, los que ahora eran de ella; los míos, en cambio, ahora eran dos ópalos.
—Sí lo hiciste —murmuró con su voz robada—. Porque yo soy tú —Y abriendo mi cráneo, en donde mi cerebro era una geoda con cristales de amatista en su interior, agregó que ella era el Dios que mi fe habían creado para mí, y que necesitaba, igual que Dios, aquella deidad que en mí fracasó, de más costillas, de más huesos falsos, afilados y moldeados en yeso bajo sus manos torpes y sus dedos enjutos de bruja maldita, para crear más fragmentos de mí, de nosotras, los mismos en los que yo pensaba cuando el insomnio me dejaba frustrada y fragmentada en mitad de la noche, seca por dentro, abierta en canal, pensando tonterías y huyendo de mis pesadillas.
Al despertar tenía una almohada clavada en las costillas.
Sobre la autora:
Nació el 30 de enero de 1992 en Cd. Victoria, Tamaulipas. En su adolescencia vivió en Baja California y Sonora. Estudió psicología, y actualmente se encuentra formándose en psicología criminológica y arteterapia. Su obra se expresa desde lo socialmente repudiado, marginalizado y estigmatizado, todo aquello que se considera feo y negativo y que, a su vez, se intenta ocultar, principalmente en lo relacionado a las emociones humanas y las circunstancias de la vida. Ha publicado en Fémina Fanzine Literario y ha tenido uno que otro trabajo como escritora fantasma.
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